Espacio público-espacio privado
Universidad Iberoamericana.
México D.F.
Abril 2003
Espacio privado
Habitar, hacer más nuestro un lugar, mediante objetos, adornos, decoración que nos haga sentir en el hogar, en nuestro espacio.
Espacio público
Un espacio común, de todos, un mercado. Un lugar de trabajo que es necesario hacer más íntimo, privado, habitable, para sobrellevar todas las horas, los días, la vida que pasaremos en él.
Espacio público- espacio privado
Los intersticios donde confluyen la vida pública y privada, los bebes en sus mantas detrás de los nopales, los televisores prendidos entre las legumbres, los teléfonos aflorando entre las naranjas. Los adornos de guirnaldas, plantas, flores, luces, carteles y por supuesto los altares. En todo mercado puede observarse un altar popular con ofrendas, pero prácticamente en cada puesto también existe uno, para la devoción más intima de cada comerciante, para hacer ese espacio público un poco más privado.
Incluso en la gran Central de Abastos, el mercado que surte de alimentos perecederos a la ciudad con más habitantes del mundo, donde el trajinar de los trabajadores parece no cesar, donde hay un constante cargar y descargar de camiones, de carros, de guacales, donde los pasillos son un ir y venir interminable de porteadores con sus carretas y carretillas, con sus gritos de “aguas, aguas”, donde las voces de los comerciantes alabando su mercancía resuenan por todas las naves, y parece que apenas quede tiempo para personalizar el espacio.
Incluso aquí, también cada bodega tiene su altar, sus ornamentos, otra vez la necesidad de llenar el espacio, ese horror al vacío, tan mexicano.
Incluso en la gran Central de Abastos, el mercado que surte de alimentos perecederos a la ciudad con más habitantes del mundo, donde el trajinar de los trabajadores parece no cesar, donde hay un constante cargar y descargar de camiones, de carros, de guacales, donde los pasillos son un ir y venir interminable de porteadores con sus carretas y carretillas, con sus gritos de “aguas, aguas”, donde las voces de los comerciantes alabando su mercancía resuenan por todas las naves, y parece que apenas quede tiempo para personalizar el espacio.
Incluso aquí, también cada bodega tiene su altar, sus ornamentos, otra vez la necesidad de llenar el espacio, ese horror al vacío, tan mexicano.
Nerea de Diego, Ciudad de México, 2003