Amasijo de dientes y pelo. Natalia Isla

Natalia Isla Sarratea

Amasijo de dientes y pelo ( ilepilak, baita aginak ere)

Es posible que nuestra relación cotidiana más táctil tenga que ver con el moldeamiento del cabello, que opera como una superficie ajustable, mediante el lazo, el rizo o el trenzado.

Los cabellos conforman un conjunto reconocido como parte de nuestro cuerpo, a la vez que pareciera ser una extensión y límite del mismo, que al no tener la cualidad sensible más que en el punto de contacto con la piel está un tanto fuera de nuestro cuerpo. Además, la posibilidad de ser manipulado por otras manos hace que el cabello se vuelva un medio de conexión con otros cuerpos mediante el tacto.

Lo imperecedero de esta materia orgánica, que nos sobrevive denotando ciertas características que nos identifican particularmente, consigue que se vuelva un material testimonial de la existencia. Es posible que un mechón de cabello nos permita el ejercicio de metonimia, en que una cosa o idea se designa por medio de otra, en tanto representa evocativamente e inmortaliza a una figura, tal como se pretendía en el siglo XIX con los objetos conocidos como “guardapelos” de personas amadas. El gesto de guardar el cabello permite la conservación de cualidades que eternizan una imagen, a partir de las características de cómo la materia se presente. Es posible establecer, entonces, una relación entre amor y luto.

Por otra parte, es posible encontrar composiciones complejas en base a la idea de veneración y adorno, como en el caso de objetos creados por manos de monjas, que eligieron el cabello para representar y celebrar elementos orgánicos de la naturaleza, como son las flores.

La dentadura por su parte, responde a la idea de aquello que está en el interior de un cuerpo, que denota el paso del tiempo pero que, a su vez, permanece. Al presentar este conjunto de piezas, la artista nuevamente alude a la transformación propia del cuerpo, al proceso de aquello que emerge de una superficie blanda, se endurece, cae y vuelve a surgir, para quedarse sujeto al cuerpo como signo de estabilidad.

Uno de los materiales usados hace siglos en la práctica artística como medio para modelar, moldear y vaciar, traspasando el diseño de una figura a una superficie dura, como puede ser el metal, ha sido la cera. La cera fundida adopta las formas requeridas, pasando por estado líquido para luego recuperar su firmeza.

En esta nueva propuesta, Nerea ha manipulado los restos de las velas provenientes de la devoción a la Virgen de Lourdes, para fundirlos y presentarlos en una unidad, en un solo cuerpo, anónimo, constituido por los gestos de un culto personal, que a su vez reflejan la devoción de un colectivo.

Es así que la artista, interesada en la religiosidad popular contemporánea, nos plantea preguntas acerca de los rastros que quedan de un cuerpo que ya no está y qué es lo que queda de esa cualidad mutable de la materia.

 

Natalia Isla Sarratea, 2024 (Ilepilak, baita aginak ere, Apaindu)