azuring. Maite Garbayo Maeztu

Maite Garbayo Maeztu

Ura ixuririk sorginen bidean
dohaina bildu dut Bazko arratsean
gauaz Mayi nuzu, egunaz oreina
etxeko zakurrek xerkatzen nutena*

azuring

Hay una mujer con cuernos de ciervo. Hay varias. Todas son la misma. A veces las ciervas también tienen cuernos. Adarra: rama, cuerno. En el suelo hay un arbusto muerto en medio del yeso, suben sus ramas secas. Agua.

Todo viene de la forma, de la materia. Empieza con manos que a contraluz proyectan sus sombras sobre la pared. La sombra es el lugar donde la luz se obstaculiza. La otra cara, en la que estalla lo oculto. La sombra es el deseo-de-ser que se escapa. El resto.

Como un juego: las manos se mueven y surge lo que no existe. Manos-ramas-cuernos-ciervos. Antes la sombra era una extraña, ahora soy yo-consciente. Quiero dominarla. Se escapa. Siempre hay algo oscuro, que no reconozco y en lo que no me reconozco. La sombra ya estaba ahí. Antes. Fuera. En el interior. En el suelo. En las paredes. Fue la primera representación. ¿Representación?
Azuring: azul intenso del cielo cuando atardece. La mujer que proyecta su silueta en la pared aparece entre la nieve. Es la hora del ocaso. Y tiene cuernos de ciervo.

Me contaron que en Orreaga, antes de subir a Ibañeta, un pastor oyó cantos detrás de las rocas. Había un ciervo con un lucero entre sus astas. Trajo la talla de la virgen. Señora del Pirineo. Atardece, o igual ya era de noche. El ciervo habría anunciado la llegada de la virgen en otros lugares, cerca, siempre en las montañas. Pero yo solamente escuché de aquella vez.

En la vieja Europa hay relatos que cuentan que la Diosa Parturienta se convierte en cierva. Ocurrió en muchos lugares, lejos los unos de los otros. Me pregunto cuál es la relación entre el animal de los cuernos y la que da la vida. Virgen, diosa, seductora. Quiero escuchar esta historia una vez más.
Como la mujer de la nieve, en Irlanda y en Escocia había sacerdotisas que se vestían con pieles de ciervo y llevaban cuernos en la cabeza. Las mujeres se transformaban en ciervos y los ciervos en mujeres. Como la mujer que proyecta su silueta en la pared.

Es la que nunca regresa. La que se desprende y se distancia: su sombra. Una vez todo fue inmediato, solo existía lo que había alrededor. Y la diosa que daba la vida a veces era ciervo. ¿Cierva?

Llevan máscaras y cuernos. Y danzan. Como en las fotos color fucsia. Para poder bailar sujetaban las astas con correas. ¿Eran hombres? No, no solo, también había mujeres. ¿Qué significa ser hombre y ser mujer? Da igual, eso ahora no importa.

Sí, también había hombres. No solo entre quienes danzaban en Abbots Bromley. (Los hombres de las fotos rosas). Estaban de antes. En la cueva de Les Trois Fréres, hace más de quince mil años, alguien pintó un ser híbrido con cuernos de ciervo. Lo llaman “el hechicero”. Parece que está de pie y te observa fijamente. Los ojos son de búho porque todo lo ven. Todo lo ven.

La mujer de la silueta oscura también querría verlo todo, por eso proyecta su sombra al otro lado. Es su negativo.

Más cerca, en la cueva de Ekain, hay dos ciervos entre tantos caballos. En la galería Auntzei, ciervo y cierva grabados en la roca. Varios más en la cueva de Altxerri. Y en la de Alkerdi, cerca de Urdax. Cueva pequeña y cerrada. Apareció la cabeza de un ciervo. Solo la cabeza.

Están aquí desde hace tiempo. Dicen que “habían llegado a lo simbólico”. Como si lo simbólico fuese después. ¿De qué? Yo me pregunto si había algo antes. La mujer de la sombra quiere volver, ir cada vez más atrás, más atrás… No puede. Lo que quiere es confrontar el imposible, una y otra vez.
Viven en la perfección de haber muerto.

Han encontrado astas de cérvido, grabadas. Tienen zigzags, uves, siluetas… Están casi en todas partes. Forman asociaciones, construyen corpus lingüísticos, visuales. Me interesa que se encripten. Para generar preguntas que te arrastran al abierto.

En Altzeta apareció un instrumento musical hecho de asta de ciervo. Tiene miles de años. Dos agujeros. Dicen que se parece a una alboka.

Me gustaría hablar un poco más de las diosas. De lo que ha quedado. De lo que inventamos al reconstruir. La que da la vida también la quita. Se la lleva. Se reinventa. Es forma multiforme. Son todas las formas y es ninguna.

La Diosa sumeria del alumbramiento también era un ciervo. El ciervo, el agua, el fluido amniótico. Artemis salió primero del vientre de Leto y le ayudó a dar a luz a su hermano Apolo. En la isla de Ortigia. Hera le había prohibido parir donde diera el sol: en ninguna parte. Las Moiras que tejen el destino la nombraron comadrona. Y el ciervo está a su lado. Pausanias escribió sobre una estatua de Artemis. Estaba vestida con pieles de cierva.

Algunas ciervas tienen astas. No todas, pero algunas sí.

Cuando entré me pareció que faltaba color. Es la hora de las sombras. El ocaso. Hay algo que se pierde por todas partes. Antes de hacerse de noche. Revienta el mito. Hay muchas cosas, ¡demasiadas!

Antes de salir vi que había tomado la forma de una escultura. De tres. La mujer de los cuernos de ciervo se autorrepite. Una y otra vez. Se niega a reconocerse o se reconoce en todas las formas. Se convierte. Una y otra vez. Repite-repite-repite.

La sombra que proyecta le sirve para distanciarse. ¿De qué? De la mujer de la sombra. De su propio reflejo.

Maite Garbayo Maeztu. 2011

*Fragmento de canción popular vasca. Laffite, Pierre, “Atlantika Pirineetako sinheste zaharrak”, Gure Herria, 1965, p.22.